EL INVESTIGADOR: SU PROPIO COBAYO

La confianza del investigador en sus propios resultados

Los científicos dedican su vida a descubrir la realidad, rodeados de sus tubos de ensayo, sus cultivos celulares y sus más que útiles animales de experimentación. Sin embargo, a veces hay que traspasar los límites del siempre aséptico mundo del laboratorio, para poder validar esa hipótesis científica en la que se lleva años trabajando, aún a riesgo incluso de la propia vida.
Y el caso que les relato a continuación tiene todos los ingredientes para un buen argumento cinematográfico. Pero primero les pongo en antecedentes. En 1981 un joven médico residente de “Royal Perth Hospital” australiano, el Dr. Marshall empieza a colaborar con un patólogo de ese mismo hospital, el Dr. Warren estudiando pacientes con úlcera gástrica. Descubren que la bacteria H. pylori se encontraba asociada a las biopsias de estómago de los enfermos, un órgano que hasta ese momento se suponía libre de patógenos por su más que esterilizante entorno, y plantean la hipótesis de que esta bacteria sería la causa de las úlceras pépticas y de un riesgo significativo de cáncer de estómago. A partir de ese momento presentan su trabajo en distintos foros científicos y revistas especializadas y, ante la imposibilidad de confirmar sus resultados utilizando los siempre útiles animales de experimentación, se encuentran con la reserva y hasta la incredulidad del estamento científico tal y como indica el propio Marshall:
Pero 1984 fue un año difícil. Intenté infructuosamente infectar utilizando un modelo animal. Hubo cierto interés y apoyo de unos pocos, pero la mayoría de mi trabajo fue rechazado para su publicación e incluso los trabajos aceptados se retrasaron significativamente. Me encontré con la crítica constante de que mis conclusiones eran prematuras y no bien fundamentadas. Cuando se presentó el trabajo, mis resultados fueron discutidos y rechazados, no por su base científica, sino porque simplemente no podía ser verdad. A menudo se decía que nadie era capaz de replicar mis resultados. Esto era falso pero se convirtió en parte del folklore de la época. Me dijeron que las bacterias eran contaminantes o comensales inofensivos.
Al mismo tiempo yo estaba tratando experimentalmente pacientes que habían sufrido durante años úlceras gástricas. Algunos de mis pacientes habían aplazado una cirugía que se hizo innecesaria después de un simple tratamiento de 2 semanas de antibióticos y bismuto. Yo había desarrollado mi hipótesis de que estas bacterias eran la causa de úlceras pépticas y de un riesgo significativo de cáncer de estómago. Si estaba en lo cierto, entonces el tratamiento para úlcera gástrica sería revolucionado. Sería simple, barato y podría ser una cura. Me pareció que por el bien de los pacientes esta investigación tenía que ser rápidamente terminada. El sentido de urgencia y frustración con la comunidad médica se debió en parte a mi modo de ser y a mi edad. Sin embargo, la razón principal era práctica. Fui impulsado a demostrar rápidamente que esta teoría era capaz de proporcionar un tratamiento curativo para los millones de personas que sufren de úlceras en todo el mundo.
Cada vez más frustrado por la respuesta negativa a mi trabajo me di cuenta de que tenía que tener un modelo animal y decidí usarme a mí mismo. Mucho se ha escrito sobre el episodio y ciertamente no tenía ni idea que ello sería tan importante como al final ha sido. En realidad no esperaba ponerme tan enfermo como me puse. No lo discutí con el comité de ética del hospital. Más significativamente, no lo discutí en detalle con Adrienne [su esposa]. Ella ya estaba convencida del riesgo de estas bacterias y sabía que nunca conseguiría su aprobación. Esta fue una de esas ocasiones en que sería más fácil obtener el perdón que el permiso. Me sorprendió la gravedad de la infección. Cuando llegué a casa con los resultados de mi biopsia mostrando colonización y daño histológico clásico en mi estómago, Adrienne sugirió que era hora de tratarme a mí mismo. Tenía una infección exitosa, había demostrado mi hipótesis.
Después, el tratamiento con antibióticos demostró la eliminación de las bacterias del estómago de Marshall, junto con la desaparición de todos los síntomas asociados a las úlceras gástricas. A partir de ahí fue ya relativamente sencillo montar un ensayo clínico con pacientes que demostró la eficacia de este tan simple, pero efectivo tratamiento que ha mejorado la calidad de vida de millones de personas en todo el mundo y que ha recortado en gran medida los gastos sanitarios, tratamiento que permitió a sus descubridores conseguir la fama científica con la concesión del Premio Nobel de Medicina en el año 2005, entre otros muchos galardones.

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